Por Andrés Sensini y Sandra M. Almeyda, miembros del Equipo Responsable de la Revista
Una apacible tarde soleada del otoño porteño, Graciela nos recibe en su casa.
Quedamos colmados de una fuerte emoción: aquella que produce el encuentro con una mujer luchadora, de esas IMPRESCINDIBLES en términos brechtianos. ¡Esa que lucha toda la vida!
Lo que más gratamente nos atrapara fue su generosidad y humildad. No escatimó tiempo, información, análisis, ni reflexiones altamente interesantes y por supuesto, inteligentes. Y todo eso, en un clima de tal cordialidad y humildad, digna de los grandes.
Nos regala su libro “El diálogo. El encuentro que cambió nuestra visión sobre la década del 70”, que escribió junto a Héctor Leis. En el mismo, realizado en Florianópolis en 2013, ambos se cuestionan la interpretación histórica de los argentinos sobre la violencia política de los setenta.
Graciela habla con mucho cariño de Leis y nos cuenta que ambos nacieron y vivieron en el mismo barrio, incluso en la misma manzana y juntos recordaron la farmacia, la panadería, la ferretería. El estudio de grabación se montó en la casa de Héctor en Florianópolis y grabaron sus conversaciones durante seis días seguidos. Fueron más de 20 horas de grabación y lejos de sentirse cansados, fue una experiencia muy estimulante.
Hablando de la década del 70, ¿Qué relación encuentra entre el diálogo en aquella época y en la actualidad, teniendo en cuenta que en ambos períodos —salvando todas las diferencias— parecería estar latente el clivaje autoritarismo/democracia?
Marx afirma —y coincido— que la Historia la primera vez se presenta como tragedia, la segunda se repite como farsa. La gran confrontación de los 70 —que superó la lucha por la unidad nacional entre unitarios y federales— fue un drama hasta el regreso de Perón a la Argentina, que se transforma en tragedia cuando se decide abandonar la lucha política y se toma posición por la lucha armada. Ese es un punto de inflexión que no tiene vuelta atrás, ni un final feliz. Los que parecían haber ganado, terminan en un derrotero de tragedia, con la guerra de Malvinas y la “casi” guerra con Chile. Se provocan la peor derrota: son los únicos militares del continente que después del fracaso no pudieron acordar su salida.
Hay que tener en cuenta que en Argentina hay una facilidad para entrar en el terreno de amigo-enemigo, somos proclives a eso más que a la idea de adversario. Hoy no hay debates donde se caiga alguna idea que no sea de un discurso de campaña. Es todo muy liviano, la famosa sociedad líquida.
En aquella Argentina del guevarismo y del Concilio Vaticano II, los montoneros que pertenecían a la clase media y media alta, se nutrieron de esas fuentes. Los 60 marcaron un cambio de época fenomenal en plena Guerra Fría, con el proceso de descolonización y la guerra de Vietnam, de donde surge la idea que un hombre nuevo es posible. Había fuertes convicciones, provenientes de un paradigma: socialismo/anticomunismo. Eran posiciones antagónicas en que se justificaba tomar vida y entregar vida. La democracia y los Derechos Humanos no tenían ningún valor, porque la democracia era pequeña burguesa y la derecha decía que cuando caía la democracia, venían los soldados, que están antes que la Patria. Era otra concepción del poder, que llevó a un nivel de enfrentamiento insostenible.
Con el kirchnerismo, todo se hace ficticio. El gobierno toma esa bandera como consigna política para un gobernante que ganó con pocos votos. Potenció los Derechos Humanos como parte del armado de un relato, en el que se convirtió la lectura de lo que pasó y se le agregó épica. Hay una apropiación de una época que se la dibuja y en que dejaron de ser guerrilleros, para ser víctimas. No hubo persecución política. A muchos jóvenes les gustó por la falta de otros paradigmas atractivos.
Antes, sin una convicción política eras un pavote, había una militancia fuerte en las universidades y colegios. En el 83 reaparece, pero la tensión era diferente, había que sostener la frágil democracia.
Duhalde tuvo el coraje de aceptar la realidad y se animó a hacer el cambio más pesado, que luego capitalizó Kirchner, con la subida del precio de los commodities y el ingreso de la tecnología en el campo.
Con Kirchner se instala la lógica de amigo-enemigo desde la perspectiva del populismo: hay que combatir al enemigo. Si la necesidad del pueblo está por encima de la ley, hay que manipularla, porque hay que sostener lo que quiere el pueblo. El kirchnerismo no es una bisagra en la Historia, ni siquiera fue tragedia, fue una farsa y pasará a la Historia por la corrupción.
Con Macri se arma un debate y hay algunos grupos que se juntan y se acercan. La política es permanente negociación, siempre hay que ceder algo para recibir algo. Eso con la grieta no pasó, porque la oposición no se pudo poner de acuerdo y conformaron una cámara de diputados inútiles.
¿Cuáles cree que pueden ser las causas que hacen difícil el diálogo entre nosotros?
Lo que divide es una cuestión de conveniencias económicas y políticas. En términos de O´Donnell, “tenemos una democracia delegativa y una ciudadanía de baja intensidad”. ¿Sabremos hacer una democracia con instituciones más sólidas, capaces de dar respuestas? ¿Somos capaces de aceptar la ley? Somos una sociedad muy transgresora en lo cotidiano: estacionamos mal, no pagamos impuestos, damos coimas a la cana…
Miren, como dice Emmanuel Carrère, “lo contrario de la verdad no es la mentira, sino las certezas”. Cuando una persona no duda, puede irse a los puños para defender la certeza. La duda tiene que ver con la curiosidad y cuando no hay duda, no hay diálogo posible, ya que no se puede siquiera pensar que hay pensamientos tan válidos como los propios.
Cuando una sociedad se asusta, busca al enemigo. Un fascista es un burgués asustado decía Brecht. No perdamos de vista la crisis de los migrantes en Europa. Eso da miedo. La duda da miedo.
Los 70 dejaron señales: la democracia es el sistema elegido, se puede despotricar, pero la reelegimos. Los Derechos Humanos están instalados, sobre todo los civiles y políticos, donde el Estado tiene que ser pasivo y limitar su fuerza frente al ciudadano. Pero los Derechos Económicos, Sociales y Culturales requieren que el Estado sea activo y ponga recursos: diseñar programas, distribuir bien la riqueza para permitir más acceso a derechos de más personas. Los derechos sociales no están postergados en el discurso, pero sí en la realidad, la brecha es evidente.
¿Por dónde cree que debemos transitar para crecer en un diálogo ciudadano fecundo?
Para que haya diálogo se necesita más de uno que esté dispuesto a mirar y a ver al otro, a escuchar al otro, a considerar que lo que el otro diga puede enriquecerlo y si no es así, lo que es seguro es que no duele ni hiere.
Lo primero que hay que atender es la educación. Si bien la familia es formadora, la escuela con sus maestros bien formados tiene un rol esencial. Hoy el conocimiento es la gran demanda. Aparecen formas de trabajo alternativo, por fuera de la forma salarial y los maestros no parecen estar preparados para eso.
La revolución del trabajo de la mujer de clase media, surge a partir del avance de las maestras mujeres. Hoy las mujeres van a la universidad y el lugar del maestro quedó vacante.
En la actualidad falta el hábito de la lectoescritura. De hecho, en las pruebas del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA) les va mal a todos, porque falta el estímulo del placer de aprender por aprender.
¿Cómo aprende Graciela?
Aprendo leyendo mucho, escuchando mucho, veo mucha gente, no me aíslo, estoy en lugares donde hay gente con distinto pensamiento. Siempre me interesaron los temas relacionados con el pensamiento. Siempre tengo 3 o 4 libros al lado de mi cama y picoteo de uno y de otro.